jueves, 9 de diciembre de 2010

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¿Y el futuro del libro?


En medio de la explosión de Internet y de las nuevas tecnologías de la comunicación ¿cuál será el futuro del libro? ¿Se harán, ahora sí, realidad las predicciones sobre su desaparición? ¿Podrá sobrevivir el libro a esta nueva embestida tecnológica? Y si sobrevive, ¿cuál será su lugar?  
No es la primera vez que se plantea este problema de la sustitución de una tecnología tradicional por una nueva. Por ejemplo, algunos plantearon que la fotografía estaba llamada a acabar con la pintura; otros creyeron que el cine terminaría con el teatro y la novela, y que la televisión, a su vez, clausuraría el imperio del cine. Ray Bradbury escribió Farenheit 451 en 1950, cuando acababan de hacer su aparición la televisión y la computadora.
Sin embargo, la historia de la cultura nos ha enseñado que el asunto no es tan simple. Casi nunca se ha visto que un nuevo fenómeno haya aniquilado el orden anterior. Lo que sí ha sucedido es que ha introducido en él profundas transformaciones. La fotografía modificó la manera de pintar; el teatro y la novela incorporaron elementos del cine. Cualquiera que, como yo, haya cometido el error de alquilar los videos de las películas clásicas del cine sabe muy bien que el cine no puede ser reducido a la televisión.  
Con respecto al libro, tampoco estamos asistiendo a la muerte o a la sustitución de una tecnología de la palabra por otra, ni a la transición de un fenómeno obsoleto hacia otro sustitutivo. Vivimos más bien una explosión, una expansión nunca antes vista del espacio textual. La discusión no es sobre si las nuevas tecnologías van a reemplazar al libro, sino cuáles son las transformaciones que esta explosión está produciendo en los modos de leer y de escribir y cuál va a ser el lugar del libro.  
Las nuevas tecnologías no pueden darnos lo que únicamente se encuentra en los verdaderos libros. El espacio de lo digital es colectivo, público, abierto; el libro es el lugar por excelencia de lo personal, de lo íntimo, de lo privado. La lectura de los textos electrónicos es extensiva, superficial; la del libro es intensiva, profunda. La una es la autopista por la que podemos recorrer, a velocidades vertiginosas, un número impensable de archivos en poco tiempo y de pronto llegar a donde menos esperábamos; la otra es el camino estrecho por el que tardamos mucho más en llegar, pero donde podemos detenernos a meditar, sin afanes, sobre lo que estamos buscando y preguntarnos, en silencio, a dónde quisiéramos llegar
En: Cuatrogatos, revista de literatura infantil, nº 4, octubre-diciembre, 2000